(QBĐT) - La tarde en el campo siempre se tiñe de un color suave, como si el cielo y la tierra quisieran un poco de silencio para dar paso a la paz. En el pequeño patio, el enrejado de betel de la abuela se extiende para recibir la tenue luz del sol, mientras las frescas hojas verdes se mecen con la suave brisa.
El dulce y especiado aroma del betel flotaba en el aire, creando una imagen donde cada hoja y cada rama llevaban consigo un recuerdo. Aún recuerdo las mañanas, cuando mi abuela se paraba junto al enrejado de betel, sus manos callosas acariciaban suavemente cada hoja, su mirada cariñosa, como si depositara todo su corazón en ese color verde. El enrejado de betel era su lugar de vida, desde que su cabello aún era verde hasta que su espalda se encorvó y su cabello se tiñó de plata. Si desea saber más sobre usted, no dude en dejarlo en paz; si le gusta, entonces estará familiarizado con él.
Cada vez que llegaba de la escuela, corría hacia ella, fascinado por sus ágiles manos recogiendo hojas frescas de betel. Me puso con cuidado algunas hojas en la mano y se rió cuando, con curiosidad, tomé una ramita y me la acerqué a la nariz para olerla. El aroma del betel era ligeramente picante, pero, curiosamente, parecía contener su calidez familiar. Una vez dijo que el betel no solo se masticaba, sino que también era una valiosa medicina que ayuda a curar enfermedades, refrescar el cuerpo y alejar los malos espíritus. Su voz en ese momento era lenta, calida como una suave canción de cuna, impregnando gradualmente mi mente. Cada una de esas palabras, como una semilla plantada silenciosamente en mi memoria, se convirtió en un hermoso recuerdo que aún atesoro con el paso de los años.
Cada temporada de betel, recoge con cuidado las exuberantes hojas verdes, las secas con paciencia y las guarda en un frasco de cerámica para su uso posterior. Mientras mastica betel, suele contar historias de un pasado lejano: de su juventud, de los bulliciosos mercados rurales, del primer amor de su esposo, asociado a simples trozos de betel y areca, y de recuerdos que se han desvanecido con el paso de los años. Dice que el betel no es solo una hoja, sino los sentimientos, la cultura, el alma del pueblo vietnamita. En cada trozo de betel se encierran y transmiten muchos rituales y costumbres de nuestros antepasados. Por lo tanto, su enrejado de betel no es solo una hilera de árboles en un rincón del jardín, sino también un lugar para preservar recuerdos sagrados: una parte imborrable del alma del campo.
Una vez le preguntó: "¿Por qué cultivas tantas hojas de betel, abuela?". Sonrió y dijo: "Las hojas de betel son para que las mastiquen tus abuelos, para entretener a los invitados, para exhibirlas en el altar durante los aniversarios de fallecimiento y las festividades. A veces incluso las usaba para curar enfermedades. Escuché muchas historias sobre la medicina oriental cuando era joven. En aquel entonces, era una curandera que ayudaba a sus vecinos con toda su alegría y pasión.
Cada tarde, al ponerse el sol, las ancianas del barrio se reunían alrededor de su enrejado de betel. Todavía recuerdo a cada una con claridad: la señora Tu, con su andar ligeramente tambaleante debido al dolor de su pierna; la señora Sau, con su cabello canoso pero con los ojos aún brillantes; y la señora Nam, con su amable sonrisa, quien, a pesar de haber perdido varios dientes, aún no podía abandonar el hoangbito de masticar betel. Eran amigas íntimas que se habían acompañado durante muchas temporadas de betel, muchos mercados de pueblo, juntas desde que tenían el pelo verde hasta que se les encanecía. Cada una tenía un puñado de betel, masticando sin dientes, inhalando el sabor picante que se extendía por la punta de la lengua. Después de masticar betel, las señoras se estallaban en risas, contando con entusiasmo viejas historias de cuando plantaban arroz bajo la lluvia, los kias que se exponían al sol abrasador en los campos, hasta los primeros kias de ser nueras, cuando aún estaban confundidas y torpes. Cada historia parecía haber sido contada cientos de veces, pero cada vez que la escuchaba, sentía calor por dentro, como si esos recuerdos eran destilados de afecto amoroso.
Cada vez que mencionaban a sus seres queridos, sus ojos brillaban, como si viejos recuerdos los inundaran. Algunas mujeres tenían lamgrimas en los ojos al hablar de sus hijos que vivían lejos, o de sus nietos que vieron última vez cuando eran muy pequeños. Luego, las historias felices continuaron, y las risas resonaban, llenando de vida todo el jardín. Los niños nos sentamos en silencio, escuchando desde lejos, sin comprender nada, solo viendo a las mujeres masticando betel y sonriendo, con las mejillas sonrosadas como si la juventud volviera.
Ahora, cuando crece y me aleje del pueblo, el enrejado de betel de mi abuela sigue verde, allí en un rincón del jardín, en silencio tras cada estación de lluvia y sol. Cada vez que regreso a mi pueblo, al contemplar el exuberante y verde enrejado de betel, mi corazón recuerda las manos de mi abuela, los momentos en que se sentaba a contar historias, los amargos trozos de betel llenos de amor por su familia. Ese enrejado de betel es como parte del alma de mi pueblo, recordándome los años tranquilos y sencillos con mi abuela, y el inmenso amor que aún nos tiene, como ese enrejado de betel, siempre verde en mi memoria.
Linh Chau
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Fuente: https://www.baoquangbinh.vn/van-hoa/202504/gian-trau-cua-ba-2225623/
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