Ubicada a una altitud promedio de 2500 m sobre el nivel del mar, la aldea de Nam Nghiep pertenece a la comuna de Ngoc Chien, distrito de Muong La, provincia de Son La , un lugar donde el cielo y la tierra están a un paso. La aldea de Nam Nghiep alcanza su máximo esplendor en primavera, cuando los espinos (manzanos) florecen por las montañas y los bosques como gigantescos algodones de azúcar, flotando en el cielo azul.
Cada año, tras el Año Nuevo Lunar, cuando la floración del ciruelo y el durazno llega a su fin, comienza la del espino. Solo tras oír rumores sobre la belleza de este pequeño pueblo de las tierras altas, que no tiene nada que envidiar a Japón o Corea durante la época de la floración del cerezo, decidí ir a Nam Nghiep. 
El camino a Nam Nghiep es un verdadero desafío incluso para conductores experimentados. Las grandes rocas se encuentran desniveladas sobre la calzada; sentado en el coche, me sentí como si estuviera jugando a la muerte. El cuerpo se estremecía y las curvas cerradas se sucedían una tras otra. 
Tras ese tramo de carretera, lo que apareció ante mis ojos fueron montañas y laderas cubiertas de flores blancas de espino. Un lugar prístino en medio de un paraíso de nubes blancas, como si pudiera tocar el cielo. 
La fatiga desaparece después de una larga bocanada de aire puro entre las vastas flores de espino, todo está claro y libre del polvo mundano. 
Nam Nghiep cuenta con una zona de cultivo de espinos de más de 1600 hectáreas. De estas, unas 800 hectáreas están ocupadas por árboles centenarios con edades que oscilan entre los 300 y los 500 años. Los espinos se yerguen imponentes, brillando bajo la luz. Algunos árboles tienen ramas largas y suaves que cuelgan como el cabello de una niña, cubierto de flores. Cuando los espinos están en plena floración, solo tienen flores blancas, agrupadas, sin el verde de las hojas.
Siguiendo el camino de tierra roja que serpentea entre las colinas de espinos en plena floración, entré en la zona residencial de los aldeanos de Nam Nghiep, cuyas casas están situadas en altas colinas. 
A pesar de las difíciles condiciones, la gente aquí tiene rostros radiantes de felicidad. 
Las mujeres y los niños lucían vestidos coloridos, meticulosamente hechos a mano, pero lo más hermoso eran sus sonrisas. Los niños de Nam Nghiep tenían dientes blancos, mejillas regordetas y sonrosadas, y ojos claros y brillantes. Me fascinó verlos reír y hablar entre ellos, jugando con ellos; una sensación de felicidad y paz me llenó el corazón. Cuando me vieron levantar la cámara, se taparon la boca y rieron alegremente, susurraron algo y luego corrieron uno tras otro detrás de un viejo espino. 
A medida que nos acercábamos, me mostraron las flores más grandes en lo alto de la colina, donde pude contemplar la gloriosa puesta de sol y disfrutar de la sensación de estar muy cerca del cielo. Fuente
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