La pesca de mi madre no se compone solo de pescado fresco recién sacado de jaulas o del río, sino también de trabajo duro y dificultades. El bastón que lleva en el hombro ha sido desgastado por el tiempo. Ese bastón le ha servido de apoyo para muchas de sus preocupaciones y sueños de una vida más plena para sus hijos.

Mi madre no tenía una educación muy alta, ni estaba familiarizada con las letras ni las matemáticas. Pero sabía calcular cada centavo y cuidar de sus hijos con un amor inmenso. En las mañanas frías, cargaba una carga sobre sus hombros y caminaba rápidamente del pueblo al mercado del distrito. Sus pies conocían cada tramo accidentado, cada piedra irregular del camino. Cada paso era difícil, pero también amoroso.
El mercado del distrito estaba abarrotado y ruidoso. En medio de la multitud, mi madre se sentó tranquilamente junto a su cesta de pescado, observando atentamente cada mirada de los transeúntes. Escogió los mejores pescados, los lavó y los dispuso cuidadosamente sobre una capa de hojas verdes de plátano. El pescado conservaba el sabor del agua del río de su pueblo natal. Vender pescado no siempre era fácil.
Había días en que el mercado estaba abarrotado, el pescado se vendía rápido y mamá llegaba temprano a casa con una cesta ligera. Pero había días en que mamá se quedaba sentada hasta el mediodía, con el rostro preocupado. Mamá traía a casa el pescado que no se vendía, lo cocinaba salado y lo guardaba para más tarde. Aunque era tan duro, mamá nunca se quejaba. Mamá decía: «Mientras mis hijos tengan comida y ropa, por mucho que trabaje, no importa».
Recuerdo las tardes, cuando el sol se ponía tras el seto de bambú, mi madre regresaba a casa con una cesta vacía. Sus manos olían ligeramente a pescado, pero su rostro aún brillaba con una sonrisa. Cada vez que abría la vieja bolsa de tela y sacaba las monedas cuidadosamente dobladas, veía que dentro no solo había dinero, sino también gotas de sudor y su amor incondicional por sus hijos.
Crecí, dejé el pueblo para ir a la ciudad a estudiar. El día que hice las maletas y me fui a la ciudad, mi madre me puso un fajo de monedas en la mano, el dinero que había ahorrado en los mercados matutinos. Sus manos ásperas, sus dedos delgados, me aferraron con fuerza, como si quisiera transmitirme todo su amor, como si quisiera tenerme a su lado un poco más. No me atreví a llorar, pero de repente me dolió el corazón. Sabía que detrás de ese dinero estaban los días que mi madre había pasado bajo la lluvia y el sol, las pesadas cargas sobre sus delgados hombros.
Durante los años que pasé lejos de casa, cada vez que volvía, veía a mi madre cargando una carga al mercado. Estaba envejeciendo, tenía la espalda más encorvada, pero sus ojos seguían brillantes y su sonrisa tan dulce como siempre. Le dije: «Deberías descansar, déjame encargarme», pero ella solo sonrió y dijo: «Ya me he acostumbrado, hija mía. Si no lo hago, lo echaré de menos otra vez».
Con el tiempo, cargar pescado se ha convertido en parte de la vida de mi madre. Cargar pescado me ha criado, me ha enseñado a valorar el trabajo, a amar y apreciar los sacrificios silenciosos. No importa lo lejos que llegue en el futuro, mi madre seguirá ahí, con su bastón de carga, con un amor inconmensurable por sus hijos.
Fuente: https://baogialai.com.vn/ganh-ca-cua-me-post330330.html
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