Las imágenes de satélite se registran con mucha claridad. |
Espacio ilimitado
La práctica ausencia de principios restrictivos del derecho internacional ha permitido a los países de la OTAN aumentar significativamente su ventaja tecnológica sobre Rusia en la órbita baja terrestre. La realidad del conflicto ruso-ucraniano lo ha demostrado. Según datos oficiales del Ministerio de Defensa ruso, al menos 500 satélites están en servicio en el ejército ucraniano. Esta cifra representa aproximadamente el 50 % de todo el equipo espacial de los países que operan en la órbita baja terrestre.
El problema no se limita a las zonas de guerra, sino que el equipo enemigo está vigilando todo el territorio ruso. Entre los satélites que apoyan a las fuerzas ucranianas se encuentran equipos de reconocimiento óptico-electrónico, así como sistemas de comunicaciones, incluidos los civiles. La órbita baja terrestre resulta ser un entorno tan favorable que cualquier dispositivo inocuo puede convertirse en un arma eficaz. Como es el caso del servicio de internet satelital Starlink del multimillonario Elon Musk, que ha sido de gran ayuda para Ucrania en el conflicto.
De los quinientos satélites de la OTAN mencionados, solo 70 son de reconocimiento puramente militar ; el resto son de doble propósito. No es exagerado afirmar que fue el equipo de reconocimiento del adversario el que cambió por completo la situación en Ucrania, tanto antes del inicio como durante el curso actual del conflicto ruso-ucraniano.
No hay nada sorprendente en esto. El reconocimiento espacial realizado por Estados Unidos y la Unión Soviética a mediados de la década de 1960 reveló preparativos bélicos que se prolongaron durante 50 años, durante los cuales ninguno de los dos países pudo ocultar las huellas de ejercicios y actividades militares a gran escala.
El reconocimiento espacial ofrece una ventaja muy clara. En el ámbito civil, los estadounidenses, en las décadas de 1960 y 1970, basándose en la vigilancia espacial de los campos agrícolas soviéticos, llegaron a la conclusión de que se avecinaba una "crisis de los cereales". Inmediatamente después, los países capitalistas ajustaron rápidamente los precios en el mercado mundial de alimentos, obligando a la Unión Soviética a pagar el trigo en oro y petróleo.
En el ámbito militar, en la década de 1960, los líderes soviéticos recibieron fotografías de alta calidad de los campos de lanzamiento de misiles balísticos, aeródromos y bases navales estadounidenses. Antes de esa fecha, todos los datos sobre el arsenal enemigo eran indirectos, lo que significaba que no se podía confiar plenamente en ellos. Inmediatamente después de que se revelara el arsenal estadounidense, comenzaron las negociaciones sobre el programa SALT-1.
El reconocimiento espacial facilita el uso eficaz de las fuerzas militares y la planificación de operaciones, incluso a nivel de batallón. La etapa inicial del conflicto ruso-ucraniano lo demostró claramente. El enemigo conocía el número y la ubicación de las fuerzas atacantes incluso en los niveles inferiores del ejército ruso y podía responder en consecuencia. Esta situación no ha cambiado sustancialmente hasta la fecha.
Durante la Guerra Fría, el sistema de reconocimiento mencionado anteriormente operaba según el principio de equilibrio, con ambas partes teniendo aproximadamente las mismas oportunidades en el espacio. Ahora, la situación se ha invertido. La disparidad en las capacidades de reconocimiento espacial entre los bandos ha afectado la estabilidad estratégica. Uno de los bandos con ventaja tiene un deseo irresistible de lograr sus intereses por la fuerza. El riesgo de una escalada descontrolada ha aumentado significativamente a medida que la OTAN ha tomado conciencia del potencial nuclear de Rusia.
Iniciativa de Defensa Estratégica 2.0
La defensa espacial estadounidense se basa en el concepto de superioridad. Este término está presente constantemente en documentos estratégicos de acceso abierto, como la Estrategia de Defensa Espacial. Si Estados Unidos está realmente subestimando su situación o sobreestimando sus capacidades, sigue siendo una incógnita. Y lo más importante, Estados Unidos no tiene intención de negociar con Rusia ni China el uso del espacio terrestre bajo.
Como se mencionó anteriormente, actualmente solo están prohibidas las pruebas nucleares; todo lo demás está permitido. Además del espionaje clásico, los satélites estadounidenses evalúan el estado de los recursos naturales, estudian las estructuras de ingeniería y las redes de transporte, y cartografian detalladamente el territorio del país.
Por ejemplo, la resolución lineal terrestre del equipo óptico de los satélites IKONOS, Quick-Bird, World-View y Pleiades-1 permite distinguir objetos geométricos de hasta 50 cm. Claro que, para lograr tal precisión, el equipo debe estar enfocado a los objetos; es decir, las cámaras de alto detalle suelen cubrir una superficie terrestre de no más de 20-30 km. Pero todo esto se soluciona con el número de satélites. No en vano, hasta 500 equipos de la OTAN en el espacio apoyan a Ucrania.
Ni siquiera las nubes afectan la imagen de radar desde el espacio. El localizador de un satélite moderno, como el Lacrosse, con apertura sintética, produce imágenes en condiciones meteorológicas adversas con una precisión de hasta un metro. El área de imagen del sistema es mucho mayor que el área óptica, hasta 100 km. Obviamente, esto dificulta enormemente el camuflaje de instalaciones estratégicas.
Particularmente prometedor es el sistema Starlite o Discoverer-II, rechazado por el Congreso estadounidense en el año 2000. Se trataba, en esencia, de un proyecto de estación espacial (similar a la estación de control de vuelo E-8 JSTARS) que ayudaría a guiar armas hacia objetivos estratégicos. La reactivación de Starlite podría tener lugar en cualquier momento mediante el reensamblaje de los satélites en un nuevo dispositivo, lo cual sería muy rápido y económico.
Los estadounidenses trabajan activamente en sistemas diseñados para penetrar las defensas aéreas rusas y destruir los lanzadores de misiles balísticos. El avión espía U-2, el avión de ataque F-35, los drones estratégicos y los misiles de crucero interactúan estrechamente con los satélites. También existe información sobre el desarrollo de satélites de guerra electrónica para bloquear los radares terrestres.
Lo más destacado es la doctrina de defensa antimisiles de "nivel cero", que implica la destrucción de los misiles rusos y chinos antes de su lanzamiento. Estados Unidos asignó fondos para ello en 2021 y el año pasado la aprobó como doctrina para el desarrollo de todo el sistema de defensa antimisiles estadounidense.
De hecho, fue el nacimiento de la Segunda Iniciativa de Defensa Estratégica, famosa desde la era Reagan-Gorbachov.
Concluir
Para salir de esta situación, según los expertos rusos, se pueden tomar las siguientes medidas:
En primer lugar, los países deben intentar negociar la no proliferación de armas en el espacio exterior.
Existen muchas dificultades. En primer lugar, el problema radica en que Washington tiene una posición dominante y, por lo tanto, no quiere negociar. Quizás solo el surgimiento de una alianza de defensa ruso-china en el ámbito espacial convenza a los estadounidenses.
Es importante comprender que la renuencia a negociar coloca al oponente en una posición incómoda. La presencia de numerosos satélites enemigos en órbita cercana a la Tierra tiene un impacto psicológico y moral negativo en la cúpula dirigente rusa. Esto aumentará la presión en la toma de decisiones.
Además, existe la dificultad de identificar dispositivos maliciosos en órbita. Docenas de satélites civiles vuelan actualmente en el espacio y también funcionan con bastante eficacia para fines militares, como Starlink.
El segundo paso para Rusia y China es exigir que todos respeten la soberanía espacial de cada uno.
No hay diferencia entre un avión de reconocimiento U-2 y un satélite Lacrosse sobrevolando el territorio de otro país. En este caso, es difícil hablar de soberanía. Rusia cuenta con un complejo "Peresvet", que se utiliza para encubrir las operaciones de sistemas de misiles móviles, pero su funcionamiento es bastante simple. Es simplemente un camuflaje y, posteriormente, un modo de desactivación deliberada de los satélites enemigos.
En este sentido, podemos recordar la prueba nuclear Starfish de 1962, cuando el Pentágono realizó una explosión nuclear de 1,4 megatones en el espacio. Se produjeron numerosas explosiones a 1.500 km del epicentro, un pulso electromagnético que dejó sin electricidad e interrumpió los sistemas de comunicación telefónica y por radio.
Tres satélites fueron destruidos inmediatamente, incluyendo el primer satélite de retransmisión de televisión Telstar-1 y el primer satélite británico Ariel-1. Siete satélites más fueron dados de baja posteriormente debido a daños en sus paneles solares y componentes electrónicos.
Si eso ocurriera hoy, hasta el 90 % de todos los satélites serían destruidos. Pero quizás este escenario extremo resolvería rápida y eficazmente el problema de los satélites de espionaje y comunicación en una guerra futura.
Por supuesto, el Sistema de Posicionamiento Global por Satélite (SPS) de Rusia también dejará de funcionar. Pero una alternativa es desplegar un sistema de comunicaciones basado en cientos de drones de gran altitud y navegación sin satélites.
Y finalmente, la tercera y más costosa salida a esta situación es construir su propio sistema satelital, al nivel de los estadounidenses. Estos son programas prioritarios de cooperación con China e India, que incluyen el intercambio de financiación entre empresas con fines comerciales. Sin estos enfoques, el problema del espacio ultraterrestre siempre acechará a Rusia.
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